viernes, 11 de junio de 2010

Julio Flórez


Julio Flórez Roa, Poeta colombiano nacido en Chiquinquirá, Boyacá, el 22 de mayo de 1867 y fallecido el 7 de febrero de 1923 en Usiacurí, Atlántico (Colombia).

A los 7 años escribió sus primeros versos conocidos. En 1881 ingresó a estudiar Literatura al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en Bogotá, pero no culminó sus estudios debido a la guerra civil de 1885. Su padre fue político liberal, Gobernador del Departamento de Boyacá y Representante a la Cámara. Su hermano Leónidas fue herido gravemente en una manifestación y falleció 4 años después por las secuelas. Julio mismo era un liberal convencido y a pesar de su difícil situación económica rechazó varias veces posiciones ofrecidas por el gobierno conservador, como un cargo en la Biblioteca Nacional o un consulado en el exterior.
Amigo de otros dos grandes poetas de la época: Candelario Obeso y José Asunción Silva. Candelario era repudiado por la aristocracia por ser de raza negra y por rechazar los reglamentos impuestos por la Iglesia y la sociedad bogotana. En 1884 se suicidó y en su sepelio, Julio Flórez, de sólo 17 años, exaltó su memoria en versos emocionados. Es considerado uno de los mejores poetas de Colombia.
En 1905, el dictador Rafael Reyes le "aconsejó" irse del país, ante "la ola de murmullos contra él", que lo señalaban como "sacrílego, blasfemo y apóstata". Flórez marchó a Caracas, donde publicó Cardos y lirios y La Araña. Luego viajó por Centroamérica y México. En El Salvador publicó Manojo de zarzas y Cesta de lotos. El éxilio fue el trampolín del éxito, la fama de Flórez se hizo internacional y ocurrió lo inesperado: en 1907 su enemigo Reyes lo nombró segundo secretario de la Legación de Colombia en España y Flórez aceptó.
Publicó Fronda Lírica, en Madrid en 1908, y Gotas de Ajenjo, en Barcelona en 1909, año que regresó a Colombia, presentando un recital en Barranquilla.

XXX (de Gotas de Ajenjo)
De noche, cuando voy al camposanto,
pongo el oído en las obscuras grietas
que abre el tiempo en el duro calicanto
de las tumbas, y en tanto
que, agudas cual saetas,
los búhos me prodigan indiscretas
miradas llenas de profundo espanto,
oigo vagos ruidos
allá en el fondo de las negras cajas,
donde duermen los muertos ateridos,
envueltos en sus fúnebres mortajas.
Y, entonces, confundido,
en busca de mi madre corro al punto,
y después de contarle lo que he oído,
ansioso le pregunto:
- ¿No crees que ese ruido
de las tumbas indica
que entran allí las auras y retozan?
Y mi madre al instante me replica:
- No es eso; son los muertos que sollozan.

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