El pop del futuro inmediato será en technicolor o no será. No cabe duda de que el fuel de la psicodelia más floreada, alimentando los depósitos de las nuevas tecnologías, está deparando las obras más referencialmente desafiantes del nuevo milenio. Y no es de extrañar que, en paralelo a ese creciente modus operandi, caminos tan aparentemente divergentes como los seguidos por Grizzly Bear, Bibio o Animal Collective acaben también confluyendo en el mismo remanso de alucinada inspiración que siempre -pero ahora con más tino-ha venido practicando el canadiense Dan Snaith, primero al frente de Manitoba y ahora (por imperativo legal del líder de The Dictators) como Caribou.Imposible no quitarse el sombrero ante la hipnotizante melodía (rematada por enloquecida trompeta) de “Kaili”, la elegancia downtempo de “Odessa”, la síncopa meciendo el sutil estribillo de “Found Out”, el infeccioso falsete de la soberbia “Leave House” o el hechizante entramado de mantos sonoros de “Jamelia”, con Luke Lalonde (Born Ruffians) dándole voz. Una orgía de beats, cuerdas, vientos y ganchos melódicos extasiantes, que aparte de reconfortar (función exigible a cualquier buen álbum que se precie) insinúa felizmente que el lenguaje pop aún puede transitar terrenos inexplorados.
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