Muy pronto las películas de cine comenzaron a mostrarse en las grandes ferias internacionales del comercio, pero ninguna más extravagante que la Exposición Universal de París del año 1900, que actuó como el verdadero detonante de la expansión del cine. En una pantalla gigantesca, que medía 25 metros de ancho por 15 de alto, se proyectaron ante un gran número de espectadores, películas en color realizadas por los hermanos Lumière, algo que no se popularizaría hasta después de 50 años, así como films panorámicos en los que se utilizaron películas de 75 milímetros, que eran incluso más grandes que las que se usarían en las grandes superproducciones bíblicas de los años 50 en los Estados Unidos. Hubo también películas sonoras con diálogos grabados y un Cinéorama, en el que el público se sentaba encima de una caja de proyección circular y podía ver la película en una pantalla de 360 grados y que medía 100 metros de longitud. Esto se conseguía mediante la yuxtaposición de diez imágenes distintas pero correlativas.
Los herederos de todas estas innovaciones presentadas en la Expo de París de 1900, son las actuales pantallas IMAX, existentes en muchas ciudades modernas. Sin embargo, en su forma original, el Cinéorama sólo se utilizó dos veces, pues el calor que desprendían los diez proyectores necesarios hacía que el público tuviese que sufrir un calor insoportable.
Tomas, cortes de imagen, superposiciones, primeros planos y movimientos de cámara: estos eran los elementos técnicos que proporcionaron el impacto del cine primigenio. Estornudos, trenes, viajes a la luna, bebés en una cesta de coles, combates de boxeo, niños y gatitos representaban la emoción, la fantasía, el espectáculo y la moral. El cine se situaba entonces entre la realidad y la imaginación. Una de las cosas más impactantes acerca de las primeras películas de cine es cuando los personajes se quedaban mirando directamente a la cámara, algunas veces incluso haciendo un saludo o una reverencia, como si le dijeran al espectador “eh, tú que estás ahí, hola, o presta atención”.
Los realizadores de cine no se habían percatado aún de que los espectadores podían olvidarse de que estaban viendo una película, metiéndose mentalmente en la acción de la película como si ésta fuera real. Cuando las películas comenzaron a contar historias, los actores dejaron de mirar a la cámara y de dirigirse al espectador, salvo en las contadas ocasiones en que se buscaba esto intencionadamente para crear cierto efecto en el público o una cierta complicidad con el espectador. Así ocurría por ejemplo en las películas cómicas protagonizadas por el Gordo y el Flaco, cuando Oliver Hardy se quedaba mirando directamente a la cámara para mostrar su desdén por su inútil compañero Stan Laurel, como diciéndole al espectador: “¿qué puedo hacer con él?”, y rompiendo de paso las reglas de la narrativa cinematográfica.
A pesar de ser rodadas en ciudades industriales del mundo occidental, como Nueva Jersey, Leeds o Lyon, las primeras películas de cine no formaban parte aún de una industria cinematográfica. El nuevo medio de expresión había nacido en una forma no narrativa y no industrial. Tenía más que ver con la acción y la novedad, se parecía más al circo, a una atracción de feria.
Sin embargo, en 1903, el cine comenzó a abandonar las emociones simples como las del phantom ride, o paseo fantasma. Y dejó de dirigirse directamente al espectador. Aparecieron directores como David Wark Griffith y Yevgueni Bauer y los actores se convirtieron en estrellas del espectáculo. Y directores italianos, rusos y alemanes se adelantarían con sus innovaciones a los norteamericanos, británicos y franceses. Pero esto ya forma parte de una segunda fase en la historia del cine, cuando las historias y los negocios se unieron, dando lugar a la industria cinematográfica.
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