martes, 3 de mayo de 2011

Historia del Cine

Mientras los cineastas comenzaban a aprender sobre la profundidad del plano y la narrativa a principios del siglo XX, se estaba cocinando una lucha sin cuartel en torno a los derechos legales del invento. La guerra de las patentes comenzó cuando Edison comprendió que la propiedad de los derechos de este medio emergente era vital. Como él no había inventado la película cinematográfica, obra de Eastman, patentó los agujeros del carrete que permitían que la película permaneciera anclada a la cámara. Cualquiera que utilizara estos agujeros, algo imprescindible para todo el que quisiera rodar, tenía que pagar a Edison.

Sin embargo, algunos productores cinematográficos en la costa este de los Estados Unidos se enfurecieron con esto y se negaron a pagar. Esto obligó a Edison a aliarse con un viejo enemigo, la compañía American Mutoscope and Bioscope, para así tener más f

uerza en la reclamación de sus derechos. El resultado fue la agresiva Motion Picture Patents Company, un grupo muy anglosajón cuya intención era mantener a productores judíos independientes como Carl Laemmle, fuera del cada vez más lucrativo negocio del cine. De hecho, la formación de esta compañía, conocida también como The Trust, dio fin a la guerra de las patentes, pero no terminó con las disputas entre los competidores.

En 1910, Laemmle desafió al Trust y llevó el asunto a los tribunales, prendiendo así la llama de un segundo episodio de batallas legales que se conocería como la guerra del Trust. En 1912 se aprobó un decreto que negaba las pretensiones de la gran compañía de tener la propiedad sobre los agujeros del carrete cinematográfico. Pero la guerra del Trust no concluiría h

asta 1918, después de una batalla legal que duró seis años, cuando los tribunales declararon que Motion Picture Patents Company era un trust ilegal, pero antes de que esto sucediera, el contraataque de esta compañía había dado lugar a una serie de consecuencias históricas.

En su afán por escapar de la persecución de la compañía por usar la cinta fílmica con agujeros, las productoras independientes se alejaron lo máximo posible de la costa este, estableciéndose en una por entonces tranquila y pequeña ciudad del sur de California llamada Los Angeles, donde los bajos impuestos y los animados teatros la hacían más atractiva que otros posibles destinos en principio más atrayentes. El actual Hollywood crecería a partir de estos pioneros. El propio Carl Laemmle abrió los estudios Universal en 1915 y veinte años más tarde los vendería por 5 millones de dólares.

Durante la conocida como guerra del Trust, la Motion Picture Patents Company intentó darse relieve como marca luciendo en sus películas el eslogan “Ven y ve una película de la Motion Picture Company”. Sus competidores comprendieron que tendrían que hacer algo similar que los distinguiese, pero cambiando de estrategia. En lugar de darse bombo a sí mismos como empresas, decidieron poner el énfasis en sus actores. Anteriormente, los actores y actrices raramente habían sido identificados por sus nombres y el público no obtenía ninguna información sobre ellos.

En 1910, durante el periodo más encarnizado de su lucha contra el Trust, Laemmle anunció en la prensa que la Independent Motion Picture Girl of America o chica IMP, la anónima actriz que había protagonizado muchas de sus películas, había muerto. Sin embargo, cuando la propia actriz apareció milagrosamente en público para refutar este hecho, Laemmle comunicó a los periódicos que la multitud se puso tan histérica que llegaron a rasgarle la ropa a la sorprendida protagonista del incidente. Esto también era mentira, pero el consecuente furor despertado en el público hizo que su nombre, Florence Lawrence, se quedara grabado en la conciencia de los espectadores. Esta actriz se convirtió así en una enorme estrella de la pantalla, ganando ochenta mil dólares en 1912. Pero dos años más tarde, sufrió un serio accidente y su carrera declinó rápidamente. En la década de los 30, ya se veía obligada a trabajar como extra y en 1938, a los 52 años, se suicidó ingiriendo veneno para hormigas.

El star system había nacido en toda su extravagante y chabacana gloria y mientras hoy en día nos podemos sorprender y sentir vengüenza ajena por los excesos a los que ha llegado el culto a las estrellas del cine, cuya popularidad es inmensa, muy por encima de la de los directores y de los auténticos grandes creadores del cine, el cinismo de los primeros productores fabricantes de estrellas puede hacer que contengamos el aliento.

Theodosia Goodman era esforzada actriz de teatro itinerante de provincias, a la que Hollywood rebautizó como Theda Bara, un anagrama de la expresión en inglés “arab death”, muerte árabe. Había nacido en Cincinnati, pero al público se le dijo que nació bajo la sombra de la Esfinge de Egipto. Lucía maquillaje de color añil y daba entrevistas mientras acariciaba a una serpiente.

La creciente máquina publicitaria, repleta de tales estereotipos raciales, sexuales y clasistas, ha permanecido como pieza central de la desbordante imaginación exótica y erótica de Hollywood. La obsesión del público con los actores se disparó por las nubes. Al mismo tiempo que se producía el fenómeno de Florence Lawrence en Estados Unidos, apareció en Francia Mistinguett, pero fue la actriz danesa Asta Nielsen quien alcanzó el mayor grado de popularidad internacional, pues era tan popular en Rusia y Alemania como en Dinamarca.

Cuando la actriz Mary Pickford y su marido Douglas Fairbanks visitaron Moscú, 300 mil personas se agolparon para verlos, repitiéndose el baño de multitudes en otras ciudades europeas como París. Pickford se convirtió en la mujer mejor pagada del mundo, ganando 350 mil dólares en un solo año. Un joven inglés afincado en Hollywood, de nombre Charles Chaplin, se convertiría un poco después en el hombre mejor pagado, engrosando 520 mil dólares más extras en 1916.

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